Sirio, Vega, Arturo, Betelgeuse y quizá
Capella. Esas estarán entre las únicas estrellas que verán la mayoría de los
habitantes de las ciudades del hemisferio norte antes de que acabe este siglo.
Al menos, esos son los cálculos que hacen los científicos que, con la ayuda de
miles de personas que miran al cielo cada noche, han medido el brillo nocturno
generado por las luces artificiales: no ha dejado de aumentar en la última
década hasta oscurecer la cúpula celeste.
El problema de la contaminación lumínica no
ha dejado de crecer desde que los astrónomos tuvieron que salir de las ciudades
para ver las estrellas, ya en el siglo pasado. Pero su magnitud ha crecido
exponencialmente en lo que va de este. Un trabajo publicado en 2016 estimó que
el 83% de la población mundial tiene cielos nocturnos contaminados. Al año
siguiente, otro trabajo dirigido por el investigador del Centro Alemán de
Investigación en Geociencias de Potsdam Christopher Kyba confirmó que las noches
de la Tierra eran cada vez más brillantes: el resplandor generado por las luces
artificiales estaba creciendo a un ritmo del 2,2% al año. Pero la cosa ha
resultado ser mucho peor.
En realidad, el brillo nocturno artificial
de la Tierra estaría aumentando un 9,6% cada año desde hace al menos una
década, según una investigación publicada en Science. Eso supone casi
quintuplicar las cifras obtenidas hasta ahora. Para ponerlo en perspectiva,
Kyba, también autor principal de este nuevo trabajo, afirma que "a este ritmo
de cambio, un niño nacido en una zona donde son visibles 250 estrellas, solo
será capaz de ver 100 cuando cumpla 18 años". Y si llegara a los 80, "quizás
solo cinco de las estrellas más brillantes aún serían visibles", añade el
investigador alemán.